La Piedra de las Siete Cruces – Lugar sagrado guanche en La Palma.

"Cuando la luna besa la piedra, las cruces sangran y los muertos caminan."

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Introducción

En las brumas del tiempo, donde la memoria se confunde con el misterio, yace un enclave sagrado en la isla de La Palma: La Piedra de las Siete Cruces. Este lugar, venerado por los guanches, los antiguos pobladores de las Islas Canarias, guarda secretos que trascienden lo terrenal. Entre los riscos y barrancos de la isla, esta roca marcada con cruces se alza como un testimonio silencioso de rituales olvidados, pactos con lo divino y, quizás, advertencias talladas en piedra para quienes osen profanar su santuario.

La leyenda habla de un sitio donde el espíritu de los ancestros aún merodea, donde las sombras susurran en lengua aborigen y donde cada cruz grabada en la roca cuenta una historia de sacrificio, redención o maldición. ¿Fue un altar de ofrendas? ¿Un portal a otro mundo? O, tal vez, una advertencia eterna contra la codicia humana. Solo los vientos alisios, testigos eternos, conocen la verdad.

Nudo

"Cuando la luna besa la piedra, las cruces sangran y los muertos caminan."

Cuentan los más viejos del lugar que, en las noches de luna llena, la Piedra de las Siete Cruces exhala un vaho frío, como si la roca misma respirara. Los pastores que alguna vez se aventuraron cerca al anochecer juran haber escuchado cánticos en una lengua olvidada, voces que emergen de la oscuridad y se pierden entre los pinos. Algunos hablan de figuras espectrales, vestidas con pieles y adornos de hueso, danzando alrededor de la piedra en un ritual que el tiempo no ha borrado.

La leyenda más inquietante narra el destino de siete guerreros guanches, cada uno marcado por un pecado capital. Según la tradición oral, estos hombres profanaron un lugar sagrado, robando ofrendas destinadas a los dioses. Como castigo, fueron condenados a tallar sus propias cruces en la piedra, una por cada alma perdida. Se dice que, al terminar la séptima cruz, la tierra tembló y una niebla eterna los envolvió, arrastrándolos al inframundo. Desde entonces, sus espíritus vagan, atados al sitio de su transgresión.

En el siglo XVI, un fraile español documentó un relato escalofriante: un grupo de colonos intentó usar la piedra como cimiento para una ermita. A la mañana siguiente, encontraron las herramientas rotas y las cruces originales teñidas de un rojo oscuro, como si la roca hubiera "sangrado". La construcción nunca se completó.

Desenlace

Hoy, La Piedra de las Siete Cruces permanece como un enigma arqueológico y un imán para curiosos y valientes. Algunos investigadores sugieren que las marcas son petroglifos guanches, símbolos de protección o advertencia. Otros, sin embargo, insisten en que el sitio emana una energía inquietante; los instrumentos electrónicos fallan sin explicación y las fotografías suelen captar manchas difusas, como siluetas humanas.

Los pocos que se atreven a visitarla al caer el sol describen una presión en el pecho, susurros ininteligibles y, en ocasiones, la sensación de ser observados por ojos invisibles. ¿Son ecos del pasado o simples sugestiones? La ciencia no ha podido explicar por qué los animales evitan el área, ni por qué los lugareños aún dejan pequeñas ofrendas—flores, piedras pulidas—al pie de la roca, como si intuyeran que algo, o alguien, aún las espera.

La leyenda persiste, alimentada por el viento y el miedo. Quizás las siete cruces no sean solo marcas, sino un mensaje tallado en la eternidad: hay lugares donde el velo entre lo humano y lo divino es delgado, y donde el precio de la irreverencia es una maldición sin fin. La piedra guarda su secreto, y mientras la luna ilume sus grietas, los guanches seguirán danzando en la sombra.

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