"Cuando la luna se tiñe de rojo sobre el Teide, las sombras susurran su nombre: Bencomo, el rey que nunca partió."
Introducción
En las brumas del tiempo, donde la historia se funde con el misterio, yace la leyenda de Bencomo, el último gran rey guanche de Tenerife. Su figura, envuelta en el eco de batallas y la resistencia ante la conquista castellana, trasciende la mortalidad para convertirse en un espíritu atrapado entre dos mundos. Según las voces ancestrales de las Islas Canarias, su alma no descansa, sino que vaga por los riscos y barrancos de la isla, custodiando secretos perdidos y maldiciones olvidadas.
La tradición oral, tejida entre susurros y sombras, relata que Bencomo, tras su muerte en la batalla de Aguere, no encontró paz. Su conexión con la tierra era tan profunda que su alma quedó ligada a los volcanes, los bosques de laurisilva y las cuevas sagradas de los guanches. Hoy, su presencia se siente en el viento que aúlla en los acantilados de Anaga o en la niebla que cubre las cumbres del Teide, como un guardián eterno de un pasado que se niega a ser olvidado.
Nudo
"Cuando la luna se tiñe de rojo sobre el Teide, las sombras susurran su nombre: Bencomo, el rey que nunca partió."
Cuentan los pastores y caminantes nocturnos que, en las noches de luna llena, una figura imponente emerge de la oscuridad. Vestido con un manto de pieles y portando una lanza de obsidiana, Bencomo recorre los senderos de piedra volcánica, sus ojos brillando con una luz sobrenatural. Algunos dicen que busca a sus guerreros caídos; otros, que protege los tesoros escondidos de su pueblo. Pero hay quienes afirman, con voz temblorosa, que su aparición anuncia desgracias: tormentas furiosas, sequías o incluso la muerte de quien osa mirarlo directamente.
En los pueblos más antiguos de Tenerife, como La Orotava o Candelaria, circulan relatos de encuentros con el espíritu del rey. Un viejo pescador juró haberlo visto de pie sobre las rocas de Buenavista, señalando hacia el mar con gesto de advertencia. Horas después, una marejada arrasó parte de la costa. Otros hablan de una maldición que pesa sobre quienes profanan los lugares sagrados guanches: dicen que Bencomo aparece entonces, rodeado de un ejército de sombras, para reclamar venganza.
El mito se entrelaza con la geografía misma de la isla. En la Cueva del Viento, laberinto de tubos volcánicos, se escuchan a veces cantos en lengua guanche, y en los bosques de El Bailadero —donde los antiguos celebraban rituales—, las ramas crujen bajo pasos invisibles. ¿Es acaso el rey, condenado a repetir eternamente su último viaje?
Desenlace
La leyenda de Bencomo no es solo un relato de terror, sino un puente hacia la identidad canaria. Su alma errante simboliza la resistencia cultural, la lucha por preservar la memoria frente al olvido. Los estudiosos del folklore sugieren que su aparición refleja el duelo colectivo por un mundo perdido: el de los guanches, arrasado por la conquista pero vivo en el misterio de sus paisajes.
Sin embargo, para muchos, el rey sigue ahí. En el silbido del aire entre las rocas, en el reflejo de la luna sobre el mar, o en ese instante de quietud antes del amanecer, cuando la isla parece contener la respiración. Tal vez Bencomo aguarde el momento en que su pueblo sea recordado no con lástima, sino con honor. Hasta entonces, su figura permanecerá, entre la bruma y la leyenda, como un recordatorio de que algunas historias —y algunas almas— nunca mueren del todo.
Así, mientras el Teide vigila desde las alturas y las olas rompen contra los acantilados, el último rey guanche sigue su camino eterno. Su destino, como el de tantos espíritus atados a la tierra, es un secreto guardado por el viento, las piedras y la oscuridad.
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