"dama de las sombras"
Introducción
En el corazón de Gran Canaria, donde el viento susurra secretos ancestrales y las olas besan la arena con murmullos de otro tiempo, yace una leyenda que ha persistido entre las sombras: la de La Bruja de la Playa de las Alcaravaneras. Este rincón costero, hoy bañado por la luz del sol y el bullicio moderno, fue otrora escenario de un misterio que aún eriza la piel de quienes lo recuerdan. La historia, transmitida de generación en generación, habla de una hechicera cuyo nombre se perdió en el eco del mar, pero cuyo espíritu se dice que nunca abandonó estas aguas.
Las crónicas orales de los ancianos describen a esta mujer como una figura enigmática, vestida con harapos que ondeaban como alas de murciélago, y con ojos que brillaban con el fulgor de la oscuridad. Su presencia se asociaba con desgracias inexplicables: barcos que naufragaban en noches de luna llena, pescadores que desaparecían sin dejar rastro y niños que hablaban de una "dama de las sombras" que los llamaba desde la orilla. La playa, otrora un lugar de reunión para las familias, se convirtió en un sitio maldito, evitado al caer el crepúsculo.
Nudo
"Cuando la luna se tiñe de rojo sobre Las Alcaravaneras, su risa resuena entre las olas, y el mar devora a quienes osan escucharla."
El relato cobra fuerza en los albores del siglo XIX, cuando un joven pescador llamado Tomás juró haberla visto. Era una noche de verano, calurosa y sin brisa, cuando él y su compañero, Salvador, se aventuraron a faenar más allá de lo habitual. Según contó Tomás, una niebla espesa los envolvió de repente, y entre ella, una silueta femenina emergió de las aguas. "No era humana", murmuraba el hombre años después, aún atormentado. "Sus dedos eran largos como tentáculos, y su voz... una canción que helaba la sangre." Salvador nunca regresó. Su barca apareció al amanecer, vacía, con las redes enredadas como si algo las hubiera arrastrado hacia las profundidades.
Los sucesos se multiplicaron. Mujeres del pueblo afirmaban que la bruja las visitaba en sueños, susurrándoles maldiciones en una lengua olvidada. Un sacerdote intentó exorcizar la playa, pero al tercer día de rituales, fue hallado tendido en la arena, pálido y sin vida, con una sonrisa grotesca tallada en su rostro. Los rumores crecieron: decían que la hechicera había sido una mujer marginada siglos atrás, acusada de robar almas para ofrecerlas al océano a cambio de poder. Su ejecución, dicen, nunca fue completa. El mar la reclamó antes de que la hoguera pudiera consumirla, y desde entonces, su espíritu vengativo acecha a quienes pisaban su dominio.
Desenlace
Con los años, la leyenda se entrelazó con la identidad de Las Alcaravaneras. Algunos aseguran que en las noches de tormenta, aún puede verse su figura danzando entre los relámpagos, mientras otros juran que las conchas marinas recogidas allí contienen susurros de advertencia. La ciencia atribuye los fenómenos a corrientes traicioneras y a la imaginación colectiva, pero los isleños más tradicionales aún dejan ofrendas en la orilla: monedas de plata, velas negras y ramas de sabina, para apaciguar a la que llaman La Dama Salada.
Hoy, la playa es un lugar de recreo, pero los abuelos siguen advirtiendo a sus nietos: "No camines solo al anochecer. No respondas si oyes tu nombre en el viento. Y nunca, nunca aceptes regalos del mar". Porque aunque el progreso haya borrado muchos misterios, hay quienes creen que ciertas sombras nunca se disipan. Y en el caso de La Bruja de Las Alcaravaneras, el océano guarda su secreto... y su hambre.
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