"Cuando la luna besa los riscos de La Fajana, su sombra aún se arrastra por la cueva, buscando lo que perdió… o lo que le arrebataron."
Introducción
En las brumas del tiempo, donde la memoria se confunde con el misterio, yace una de las leyendas más inquietantes de La Gomera: la historia de La Bruja de la Cueva de La Fajana. Este relato, tejido entre susurros y sombras, habla de una hechicera cuyo nombre se ha perdido en el eco de los siglos, pero cuyo espíritu aún se dice que merodea entre los riscos y barrancos de la isla. La cueva, un lugar de oscuridad primordial, es el escenario de un drama ancestral que mezcla la tradición oral canaria con el terror sobrenatural.
La leyenda se arraiga en la época en que los antiguos gomeros rendían culto a fuerzas invisibles, antes de que la cruz pisara sus tierras. La Bruja, según se cuenta, no era una simple mujer, sino un ser liminal, capaz de caminar entre el mundo de los vivos y el reino de lo intangible. Su historia es un recordatorio de que, en La Gomera, la frontera entre lo real y lo arcano siempre ha sido delgada como el filo de un cuchillo.
Nudo
"Cuando la luna besa los riscos de La Fajana, su sombra aún se arrastra por la cueva, buscando lo que perdió… o lo que le arrebataron."
Cuentan los ancianos que La Bruja habitaba en las profundidades de la Cueva de La Fajana, un lugar evitado incluso por los pastores más valientes. Allí, entre estalactitas que goteaban como lágrimas petrificadas, la hechicera tejía sus sortilegios con hierbas recolectadas bajo la luna negra. Se decía que podía curar con una mano y maldecir con la otra, y que su mirada helaba la sangre de quienes osaban desafiarla.
El misterio más profundo, sin embargo, rodeaba su origen. Algunos murmuraban que había sido una mujer abandonada por un amor traicionero, y que su dolor la convirtió en algo más que humana. Otros aseguraban que era un espíritu antiguo, vestido de carne, que había decidido quedarse entre los mortales para recordarles el precio de la arrogancia. Lo único cierto era que, cuando alguien desaparecía en los alrededores de la cueva, solo se encontraban huellas que se desvanecían abruptamente, como si la tierra misma se hubiera tragado a la víctima.
La leyenda cobró fuerza cuando un joven pastor, Tomás, decidió adentrarse en la cueva para probar su valentía. Lo que encontró allí nadie lo sabe con certeza, pero cuando emergió, sus ojos habían perdido el brillo, y sus labios solo musitaban palabras ininteligibles. Murió tres días después, con la piel marcada por símbolos que ningún sabio de la isla pudo descifrar. Desde entonces, se dice que La Bruja añadió su alma a su colección de secretos.
Desenlace
Con el paso de los siglos, la presencia de La Bruja se difuminó, pero nunca desapareció por completo. Los habitantes de La Gomera aún hablan en voz baja de extrañas luces danzando frente a la cueva en las noches sin luna, o de risas que no pertenecen a ningún ser humano. Algunos aseguran que, si te acercas demasiado al abismo de La Fajana, una voz susurrará tu nombre con una cadencia que no es de este mundo.
La leyenda perdura como un recordatorio de que hay fuerzas que escapan a la comprensión humana, y que ciertos lugares guardan maldiciones que el tiempo no logra borrar. La Cueva de La Fajana sigue ahí, impasible, custodiando los secretos de su antigua moradora. Y aunque la ciencia y la modernidad han llegado a la isla, hay quienes juran que, en las noches más silenciosas, se puede oír el roce de un vestido antiguo contra las piedras, y el eco de un canto que nadie se atreve a repetir.
Así, la historia de La Bruja se mantiene viva, no como un simple cuento, sino como una advertencia: en La Gomera, hay sombras que nunca se van, y algunas leyendas… no están dispuestas a ser olvidadas.
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