El lamento de la cueva de Chinguaro – Ecos de una reina guanche perdida.

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Introducción

En las entrañas de Tenerife, donde el viento susurra secretos ancestrales y las sombras de los antiguos guanches aún parecen vagar, se encuentra la Cueva de Chinguaro. Este lugar, sagrado para los primeros habitantes de las islas, guarda una leyenda que atraviesa los siglos: el lamento desgarrador de una reina cuyo espíritu nunca encontró paz. Entre las paredes de piedra volcánica y el eco de lo desconocido, su historia persiste, un misterio envuelto en la oscuridad y el dolor.

Cuentan los ancianos que, en tiempos previos a la conquista castellana, Chinguaro no era solo una cueva, sino un refugio real. Allí, la reina Guayarmina, última soberana de los guanches del sur, buscó consuelo tras una batalla perdida. Pero lo que encontró fue algo más profundo que la derrota: una maldición que ataría su alma al lugar por la eternidad.

Nudo

La leyenda narra que Guayarmina, tras ver caer a su pueblo bajo las espadas invasoras, huyó hacia las montañas con un puñado de fieles guerreros. Llegó a Chinguaro, donde se ocultó entre sus sombras, llorando la pérdida de su reino. Pero la oscuridad de la cueva no era benigna. Algunos dicen que los espíritus de sus ancestros, enfurecidos por su huida, la reprendieron; otros, que fue el propio Mencey (rey) caído quien la maldijo desde el más allá.

Las noches en Chinguaro se volvieron insoportables. Los que se atrevían a acercarse escuchaban un gemido que surgía de las profundidades, un sonido que helaba la sangre. Era el lamento de Guayarmina, atrapada entre dos mundos, incapaz de descansar. Los pastores contaban que, al atardecer, una figura envuelta en un manto blanco aparecía en la entrada de la cueva, sus ojos brillando con una luz sobrenatural. Quienes la miraban directamente, decían, caían enfermos o enloquecían, víctimas de su pena eterna.

Con el tiempo, la cueva se convirtió en un lugar prohibido. Los conquistadores, temerosos de lo que no entendían, evitaron profanarla, y los guanches supervivientes la rodearon de ofrendas para apaciguar a su reina perdida. Pero el lamento nunca cesó. Incluso hoy, en las noches de luna llena, algunos juran haber escuchado un susurro quebrado entre las rocas, como si las paredes mismas repitieran el nombre de Guayarmina.

Desenlace

El destino final de la reina sigue siendo un enigma. Algunas versiones afirman que su cuerpo fue encontrado sin vida en lo más profundo de la cueva, rodeado de símbolos tallados en la piedra, como si hubiera intentado comunicarse con los dioses. Otros insinúan que desapareció sin dejar rastro, absorbida por las tinieblas. Pero su espíritu, dicen, nunca abandonó Chinguaro.

Hoy, la cueva es un sitio de peregrinación para quienes buscan conectarse con el pasado guanche. Algunos aventureros afirman haber sentido una presencia fría a sus espaldas, o haber captado, en el silencio, el eco de un llanto lejano. Los más sensibles describen una opresión en el pecho, como si la tristeza de la reina se filtrara en el aire mismo.

¿Es Guayarmina una víctima de la historia, un alma en pena condenada a vagar? ¿O es su lamento un recordatorio de que algunas heridas, incluso las de un pueblo entero, nunca cicatrizan? La Cueva de Chinguaro guarda sus secretos, pero una cosa es cierta: quien se atreva a escuchar con atención, quizá oiga el último suspiro de una reina que jamás se rindió.

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