"Las aguas del charco no olvidan, y quienes las perturban, jamás regresan intactos."
Introducción
En el corazón de Gran Canaria, donde la bruma se entrelaza con los riscos y el viento susurra secretos ancestrales, yace un lugar envuelto en misterio: el Charco de San Lorenzo. Este remanso de agua cristalina, aparentemente sereno, esconde una historia que ha trascendido generaciones, tejiéndose entre la realidad y el mito. La leyenda habla de una maldición que pesa sobre sus aguas, un castigo divino o quizá algo más antiguo, más profundo, vinculado a los espíritus que aún vagan por estos parajes.
Los habitantes de la zona, herederos de una tradición oral rica en simbolismo, relatan con voz queda cómo el charco atrae a los incautos con su belleza engañosa. Bajo la superficie, dicen, aguarda algo que no pertenece a este mundo. Una fuerza que desafía el tiempo y la razón, arraigada en la oscuridad de lo desconocido.
Nudo
"Las aguas del charco no olvidan, y quienes las perturban, jamás regresan intactos."
Cuenta la leyenda que, siglos atrás, una joven llamada María, de cabellos negros como la noche y ojos que reflejaban el fuego de los volcanes, se acercó al charco en busca de alivio para su padre enfermo. Los ancianos del pueblo le advirtieron: "No tomes el agua, ni siquiera la mires por demasiado tiempo". Pero María, desesperada, ignoró los consejos y sumergió un cántaro en las profundidades. Al hacerlo, sintió un frío sobrenatural que le heló las venas. Las aguas, antes claras, se enturbiaron de repente, y una voz susurró su nombre desde las profundidades.
Al regresar a su hogar, su padre murió esa misma noche, y María comenzó a envejecer de manera acelerada, como si el tiempo se hubiera acelerado para ella. Los vecinos juraron ver una figura espectral junto al charco en las noches de luna llena: una mujer de pelo blanco, vestida de luto, que se desvanecía entre las sombras. Se decía que el espíritu de María guardaba el lugar, atrapada en un ciclo de dolor y arrepentimiento.
Con los años, otros se aventuraron cerca del charco, atraídos por rumores de riquezas ocultas o simplemente por curiosidad. Algunos desaparecieron sin dejar rastro; otros regresaron con la mente nublada, hablando de visiones que los atormentaban. El agua, según los más viejos del lugar, tenía memoria. Y castigaba a quienes osaban profanarla.
Desenlace
Hoy en día, el Charco de San Lorenzo sigue siendo un sitio de peregrinaje para los valientes —o temerarios— que desean poner a prueba la leyenda. Aunque las autoridades han colocado señales de advertencia, hay quienes insisten en acercarse, especialmente durante la noche de San Juan, cuando se dice que el velo entre los mundos se adelgaza. Los relatos modernos hablan de voces susurrantes, sombras que se mueven contra el viento y un espejismo en el agua: el reflejo de una mujer que no está allí.
¿Es la maldición real, o simplemente el eco de un pasado traumático que se niega a ser olvidado? Los científicos atribuyen los fenómenos a gases subterráneos o al efecto de la luz sobre las algas, pero los canarios más tradicionales sostienen que hay verdades que la razón no puede explicar. El charco, en su silencio líquido, guarda el secreto. Y quizá, como advierte la leyenda, algunas preguntas es mejor no responderlas.
Lo único cierto es que, en las noches sin luna, cuando el viento calla y las aguas del charco parecen convertirse en un espejo negro, incluso los más escépticos sienten un escalofrío. Porque en Gran Canaria, la frontera entre lo real y lo sobrenatural es tan fina como la niebla que cubre sus montañas al amanecer.
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