La Cueva de las Brujas – Aquelarre en Icod de los Vinos, Tenerife.

"Cuando el reloj marca la medianoche y la llena besa la tierra, las sombras cobran vida en la cueva. No son piedras lo que pisas, sino susurros de lo que ya no tiene nombre."

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Introducción

En las entrañas de Tenerife, donde la bruma se aferra a los riscos y el viento susurra secretos nombres, se esconde un lugar envuelto en sombras y leyendas: La Cueva de las Brujas, en Icod de los Vinos. Este rincón maldito, tallado por el tiempo y el misterio, ha sido testigo de rituales ancestrales que desafían la razón. Entre los pliegues de la historia oral canaria, pervive el relato de un aquelarre que aún hoy eriza la piel de quienes se atreven a mencionarlo.

La tradición habla de mujeres que, bajo la luna llena, abandonaban sus hogares para adentrarse en la oscuridad de la cueva. Allí, entre murmullos y sombras danzantes, pactaban con fuerzas que no pertenecen a este mundo. El eco de sus cantos, dicen, aún resuena entre las paredes de basalto, como un espíritu atrapado entre dos realidades.

Nudo

"Cuando el reloj marca la medianoche y la llena besa la tierra, las sombras cobran vida en la cueva. No son piedras lo que pisas, sino susurros de lo que ya no tiene nombre."

Cuentan los más viejos del lugar que, siglos atrás, una mujer llamada María de las Sombras lideraba el aquelarre. Su nombre, prohibido en voz alta, era sinónimo de temor. Vestida con un manto tejido con hilos de noche eterna, convocaba a las brujas de toda la isla para rendir pleitesía a un ser que solo conocían como El Guardián del Umbral. Las crónicas hablan de ofrendas extrañas: frutos podridos, espejos quebrados y el aliento de los recién nacidos, capturado en botellas de vidrio negro.

Una noche, un pastor llamado Tomás el Valiente —aunque muchos dudaban de su valentía— siguió el rastro de una de sus cabras hasta la boca de la cueva. Lo que vio allí lo marcó para siempre: figuras encorvadas danzando alrededor de un fuego azul, voces que hablaban en lenguas olvidadas y, en el centro, María de las Sombras suspendida en el aire, como si la gracia no existiera para ella. Antes de huir, juró haber visto los ojos del Guardián, dos pozos sin fondo que reflejaban su propia alma enredada en pesadillas.

Al día siguiente, Tomás apareció en el pueblo, demacrado y con los labios sellados por una sustancia negra y espesa. Murió sin pronunciar palabra, pero en su bolsillo encontraron un trozo de tela con un símbolo grabado: un círculo con siete puntas, el mismo que, según se rumorea, marca la entrada secreta a la cueva.

Desenlace

Con el tiempo, los habitantes de Icod de los Vinos evitaron la cueva, sellándola simbólicamente con cruces de madera y hierbas benditas. Pero hay quienes afirman que, en las noches de luna menguante, el viento arrastra un olor a azufre y cera derretida desde las profundidades. Algunos aventureros han intentado explorarla, pero pocos regresan, y aquellos que lo hacen hablan de voces que susurran sus nombres en la oscuridad, de manos invisibles que acarician sus espaldas.

La leyenda de La Cueva de las Brujas sigue viva, alimentada por el miedo y la fascinación. ¿Fue María de las Sombras una víctima de la superstición o una sacerdotisa de lo prohibido? ¿Yace el Guardián del Umbral aún en su trono de piedra, esperando a nuevos adeptos? Las respuestas, como las brujas, se esfuman en la niebla. Pero una cosa es cierta: en Tenerife, la frontera entre el mito y la realidad es tan delgada como la luz de una vela a punto de apagarse.

Hoy, la cueva permanece como un recordatorio de que hay secretos que la tierra no está dispuesta a revelar. Y quizás, solo quizás, si te acercas demasiado al atardecer, escuches el eco de un canto antiguo: "Ven, hija de la luna, el aquelarre te espera...".

Este artículo combina elementos de suspense, folclore canario y un toque de terror sobrenatural, respetando la estructura solicitada y enfatizando términos clave con etiquetas ``. La cita destacada refuerza el ambiente misterioso, mientras que los párrafos detallados sumergen al lector en la leyenda.

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