"Cuando la luna besa las paredes de Belmaco, los grabados despiertan… y alguien desaparece."
Introducción
En el corazón de La Palma, una de las islas más enigmáticas del archipiélago canario, se esconde un lugar donde el tiempo parece haberse detenido: La Cueva de Belmaco. Este enclave, custodiado por las sombras de los antiguos guanches, alberga en sus paredes rocosas unos grabados que desafían la comprensión humana. No son simples incisiones en la piedra, sino símbolos cargados de un poder místico, un legado de una civilización extinguida pero cuyo espíritu aún resuena entre los ecos del viento.
Según las crónicas, los aborígenes de la isla creían que estos petroglifos eran la puerta a un mundo oculto, donde los dioses y los ancestros se comunicaban con los vivos. Hoy, los arqueólogos los estudian, pero los habitantes de La Palma aún susurran historias sobre su verdadero origen: una maldición tallada en piedra, un misterio que nadie ha logrado descifrar sin consecuencias.
Nudo
"Cuando la luna besa las paredes de Belmaco, los grabados despiertan… y alguien desaparece."
Cuenta la leyenda que, hace siglos, un faycán (sacerdote guanche) llamado Ataman, en un intento por proteger a su pueblo de los invasores, invocó a los espíritus de la tierra para sellar un pacto. Con un cuchillo de obsidiana, talló en la roca símbolos prohibidos, palabras de un lenguaje olvidado que otorgaban poderes sobrenaturales. Pero el precio fue terrible: al terminar, la cueva se cerró tras él, y su voz se convirtió en un susurro entre las grietas.
Desde entonces, quienes se atreven a tocar los grabados o intentan copiarlos son víctimas de una extraña oscuridad. Los pastores hablan de luces errantes que guían a los curiosos hacia precipicios invisibles. Los más viejos del lugar juran haber visto figuras altas y silenciosas, vestidas con pieles, vigilando la entrada cuando la niebla baja desde la cumbre. Y hay quienes, como el arqueólogo Daniel Herrera en 1987, desaparecieron sin dejar rastro tras pasar una noche en la cueva. Solo se encontró su cuaderno, con una última anotación ilegible y manchada de un polvo rojizo… como la tierra de Belmaco.
El gobierno ha cercado el área, pero las historias persisten. En 2012, un grupo de turistas alemanes ignoró las advertencias y accedió al sitio al amanecer. Uno de ellos, Klaus Ritter, aseguró haber visto "rostros en la piedra" que lo seguían con la mirada. Al regresar a su país, enfermó de un mal que los médicos no supieron diagnosticar: fiebres altas y sueños recurrentes donde una voz le repetía una palabra en una lengua desconocida: "Tara", el nombre guanche para el inframundo.
Desenlace
Hoy, La Cueva de Belmaco sigue siendo un enigma. Los científicos atribuyen los grabados a rituales astronómicos o mapas territoriales, pero los isleños saben que hay algo más. Cada año, durante el solsticio de verano, los rayos del sol atraviesan una fisura en la roca e iluminan un símbolo oculto: una espiral que, según los chamanes modernos, representa el ciclo eterno de la vida y la muerte. Quienes lo han contemplado dicen sentir un frío inexplicable, como si el aliento de Ataman aún recorriera la caverna.
¿Son los grabados de Belmaco un mensaje, una advertencia o una maldición? Nadie lo sabe con certeza. Pero una cosa es clara: en La Palma, donde el mar se funde con el cielo y los volcanes duermen inquietos, hay secretos que es mejor no despertar. Como dice el refrán local: "El que busca respuestas en la oscuridad, debe estar preparado para no regresar jamás".
Tal vez, en algún lugar entre el mito y la realidad, Ataman aún espera, tallando su verdad en piedra… mientras la cueva susurra su historia a quienes se atrevan a escuchar.
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