La aparición de la Virgen de Candelaria – Patrona de Canarias.

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Introducción

En las brumas del tiempo, donde la oscuridad se funde con la leyenda, surge una de las historias más veneradas de las Islas Canarias: la aparición de la Virgen de Candelaria. Los vientos alisios susurran su nombre entre los riscos de Güímar, y las sombras de la noche guardan el misterio de su llegada. Esta no es una simple historia de fe, sino un relato tejido con hilos de lo sobrenatural, donde lo divino y lo terrenal se entrelazan en un encuentro que marcó para siempre el espíritu canario.

Corría el siglo XIV, mucho antes de la conquista castellana, cuando los guanches, los antiguos pobladores de Tenerife, vivían en armonía con una tierra llena de presagios. El mar, embravecido y eterno, era testigo de prodigios, y en sus costas, algo inexplicable aguardaba a ser descubierto.

Nudo

Cuentan las crónicas que dos pastores guanches, Antón y Guanche, llevaban su rebaño a pastar cerca de la playa de Chimisay cuando, en medio de la neblina matutina, divisaron una figura que emergía de las aguas. No era un náufrago, ni un ser humano, sino una imagen femenina de belleza celestial, tallada en madera y envuelta en una luz etérea. La estatua sostenía un niño en brazos y una vela verde en la mano izquierda, desafiando la lógica y sumiendo a los pastores en un temor sagrado.

Intrigados y atemorizados, intentaron comunicarse con la figura, pero solo recibieron silencio. Al extender sus manos para tocarla, los brazos de Antón quedaron paralizados, como si una fuerza invisible lo hubiera maldecido. Su compañero, Guanche, al intentar lanzarle una piedra, sufrió el mismo destino: su cuerpo se envaró, petrificado por un poder sobrenatural. La noticia de aquel suceso se extendió como un eco entre los guanches, llegando a oídos del Mencey Acaymo, quien, temiendo una maldición, ordenó llevar la imagen a la cueva de Chinguaro.

Pero la Virgen no permitiría ser confinada. Las noches en la cueva se llenaron de visiones: luces que danzaban sin explicación, cantos que surgían de la nada y un aura que envolvía a quienes se atrevían a acercarse. Los guanches, entre el miedo y la devoción, comenzaron a venerarla como Magec, la diosa de la luz, sin saber que estaban frente a un símbolo de una fe aún por llegar.

Desenlace

El destino de la imagen cambió con la llegada de los conquistadores. Un misionero español, al escuchar la leyenda, reconoció en la talla a la Virgen María bajo la advocación de la Candelaria. Fue entonces cuando la historia adquirió un nuevo significado: lo que para los guanches había sido un presagio, para los cristianos era un milagro. La Virgen fue trasladada a una ermita, y con el tiempo, su culto se extendió por todo el archipiélago, coronándola como Patrona de Canarias.

Pero algunos dicen que la oscuridad nunca abandonó del todo aquel lugar. En las noches de luna llena, cerca de la playa de Chimisay, aún se escuchan susurros en una lengua antigua, y hay quienes juran haber visto una figura femenina caminando sobre las olas, como si la Virgen nunca hubiera dejado del todo el mundo de los guanches. Quizás, en algún lugar entre el mito y la fe, su espíritu sigue protegiendo estas islas, entre sombras y luces, entre el pasado y lo eterno.

Hoy, la Virgen de Candelaria no es solo un símbolo religioso, sino un puente entre dos mundos: el de los antiguos canarios y el de quienes llegaron después. Su leyenda, impregnada de misterio y devoción, sigue viva, recordándonos que en Canarias, lo sagrado y lo sobrenatural siempre están a un paso de tocarse.

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